La expresión “filósofo rey”, como tal, no aparece en la República, y se utiliza solo porque así lo marca la tradición filosófica. Lo que sí escribe Platón es que los filósofos han de gobernar, y detalla cómo deben ser educados para tal fin. El filósofo rey es el mejor gobernante porque une la sabiduría con el poder político. Solo quien conoce la idea de Bien puede practicarla, promulgando buenas leyes y estableciendo la justicia. De igual manera que navegar o curar las enfermedades no está al alcance de todos sino solo de los que han estudiado para ello, lo mismo sucede con quien debe gobernar. El filósofo, que es el especialista en la armonía del conjunto y en la idea de Bien, es quien mejor capacitado está para dar unidad a la Ciudad. La teoría del alma es indispensable para gobernar porque es necesario que haya una armonía entre la forma de ser profunda del hombre, su alma, y la actuación política. El filósofo, que no se pierde en el mundo de las imágenes y las sombras de las cosas sensibles, ha superado las opiniones, la caverna y, además, al haber sido educado como los buenos soldados, no conoce el miedo que tantas veces paraliza a los intelectuales. El deseo de conocer supera en él al deseo de poseer.
Acostumbramos a pensar en el sabio como alguien que vive ensimismado y ajeno a la Ciudad, pero según nos dice Platón, el auténtico sentido del conocimiento es ayudar a que los hombres vivan mejor. El filósofos rey organiza la Ciudad para que cada cual ejerza su función de acuerdo con el alma que le es propia, lo que redunda en la felicidad de todos. Por ese supremo objetivo sale el filósofo de la caverna y por él murió Sócrates, el sabio por excelencia.
En el filósofo rey se produce una síntesis de dos elementos centrales en Platón: el autoritarismo y el intelectualismo. En la Ciudad justa la autoridad no debe estar en manos del más rico, del más popular ni del más violento, sino de quien más y mejor conoce. La política no es un oficio (en la antigua Grecia el mismo concepto de “oficio” era considerado poco noble) pero, si la entendiésemos como tal, debería estar reservada a las almas racionales y sabias.
En resumen, el argumento a favor del filósofo rey podría descomponerse así:
1. Podemos conocer el Bien de forma objetiva.
2. Solo quienes tienen un alma pura lograrán conocer el Bien, y eso después de un proceso de estudio que dura muchos años.
3. Dicho proceso tiene que estar guiado por la filosofía, cuyo objetivo es la ciencia del Bien.
4. Solo quien conoce el Bien (es decir, el filósofo de alma pura rigurosamente educado) merece gobernar.
A la condición de filósofo rey se accede mediante un largo trabajo de autodominio. La del filósofo rey es la más especial e importante de todas las educaciones, y a ella se dedica parte del libro VII de la República. El filósofo rey es educado hasta los veinte años al igual que el guardián. Debe sobresalir, como los guardianes, en gimnasia, música y poesía, pero no ha de gozar de la violencia. En los siguientes diez años aprenderá aritmética, cálculo, geometría y astronomía. Si pasa la criba será ya apto, a sus treinta años, para aprender la dialéctica. Finalmente, no antes de los cincuenta años, podrá ser ya filósofo rey.
Platón admite que el filósofo rey pueda mentir porque lo hace con buena intención y para gobernar mejor la ciudad. En ese punto asoma un Platón realista que es consciente de que la Ciudad de las Ideas nunca coincidirá del todo con la sociedad real. La mentira es una herramienta más en manos del gobernante justo, de la misma manera que los mitos, esas “nobles mentiras”, lo son en manos del filósofo. Dice Platón en la República que “Si es adecuado que algunos hombres mientan, estos serán los que gobiernan el Estado, y que frente a sus enemigos, o frente a los ciudadanos, mientan para beneficio del Estado. A todos los demás les estará vedado”.
Que el político pueda mentir pero que no pueda hacerlo el artista se justifica en función de la diferente relación que uno y otro mantienen con las Ideas. El artista miente para reivindicar lo sensible; el político, para lograr que la Ciudad sea más resistente o más justa. En todo momento el político debe ser ejemplar si es que quiere que su proyecto aglutina a las diversas clases sociales, o sensibilidades.
Al establecer un vínculo directo e irrompible entre forma de gobierno, perfil d gobernante y alma, la propuesta platónica queda definida como una especie de “política del alma”. El alma es lo mejor que tiene el hombre y, por lo tanto, es la única guía a la que debe atender. La política platónica es profundamente normativa, es decir, no se contenta con describir sino que dicta normas y objetivos. El valor de la política deriva de la condición ideal a la que se accede mediante la filosofía y de la atención al alma, no de las particularidades de cada momento histórico. Lo que marca el valor de una política son las Ideas que pretende encarnar, aunque solo lo logre de manera más o menos incompleta porque nada puede ser perfecto si pertenece al mundo material y sensible. Lo decisivo es actuar de acuerdo a las Ideas y al Bien. Que eso se haga de una manera más o menos autoritaria a Platón no pareció importarle jamás.
Platón considera poco significativo el éxito o el fracaso puntual de un gobernante, de la misma manera que no otorga valor al consenso o al pacto entre los ciudadanos. En el Estado platónico no hay lugar para la subjetividad no necesidad del consenso. En él, “ya no se pronuncia al unísono palabras tales como lo “mío” y lo “no mío”. Las contradicciones de clase, la subjetividad y el deseo han quedado superadas por la apelación a la Razón universal. El platonismo es, en definitiva, una propuesta para resolver el conflicto mediante la apelación a principios universales. Que esos principios existan o no, y que la razón logre conocerlos, ha sido objeto de debate durante siglos, en filosofía y fuera de ella. Y seguramente seguirá siéndolo.
(Colección Aprender a Pensar. Platón. Editorial RBA. Barcelona. 2015)